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Presentaciones y charlas literarias

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He tenido la inmensa suerte de haber podido presentar mis libros y la literatura nórdica en varios colegios e institutos de Andalucía. He introducido mi pueblo islandés, Bildudalur, a los alumnos y sus habitantes como mi abuelo que perdió su dentadura postiza en el mar. También han conocido a los vikingos que asentaron mi tierra y a los dioses griegos que suelen intervenir en mi escritura. También he dejado algunos mensajes en favor de esa maravillosa arte que es la literatura.

Aquí podéis ver leer uno de mis discursos:

Vosotros podéis considerar que un islandés tiene que estar loco para que se ponga a escribir un libro en español. Vuestros 18 tiempos verbales no son juguetes para esquimales cómo yo. Así que sí pensáis esto tengo que admitir que tenéis razón. Pero en mi defensa puedo decir que fue cómo que la vida misma me empujó a hacerlo. Todo empezó en Priego de Córdoba donde trabajaba en un colegio religioso. Una vez cuando vi que los alumnos estaban hartos de aprender sobre los planetas del sistema solar, la función del aparato excretor y todo esto en inglés, me ocurrió contarles la historia de mi abuelo y su dentadura postiza. Es que el pobre tenía una de estas tan malas que le salieron a menudo de la boca. Era muy desafortunado porque era pescador y una vez, cuando estaba mirando un gran bacalao que había escapado de su angla le cayó la dentadura al mar. Su compañero, que también llevaba dentadura postiza, se partió de risas y para burlarse un poco de mi abuelo se quitó su dentadura y la metió en la boca de un gran bacalao y dijo:

            Mira Gisli, me parece que este tiene tus dientes.

Mi abuelo saco la dentadura, la limpió un poco y la probó. Pero no le iba bien así que le dijo:

            No es la mía.

Y la tiró al mar. Por lo tanto llegaron los dos pescadores al puerto sin dientes.

 

Tras esta anécdota siguieron las de cuando fui con mi amigo a nadar en las aguas residuales, cuando nos besaron las niñeras y cuando no me escucharon las monjas conté también a la juventud prieguense cuando fui a la casa de mi primera maestra a ver si me besara como las niñeras. Cuando vi que hasta los más traviesos se pusieron atentos para escuchar los cuentos de mi pueblo decidí escribirlos y al final los enlacé en una historia la cual es la columna de este libro.

 

Y no me arrepiento porque alguien tiene que presentar el encanto de mi pueblo natal a los andaluces. Y ¿Cuál es este embrujo? Pues, consiste principalmente en dos cosas:

1) La naturaleza con las montañas tan dramáticas con sus troles y acantilados afilados que parecen empujar al pueblo hacía ese mar tan misterioso. ¡Sí! El mar de mi fiordo no es como esas aguas azules que veis en la Costa del Sol sino un universo de distintos colores que cambia de paisajes como Anne Igartiburu de ropa y donde viven infinidad de seres y monstruos. Todo esto hace alarde de su belleza en la abundancia de luz durante el verano y en la carencia de la misma durante el invierno cuando el sol se nos va en noviembre para no volver hasta febrero. 2) La gente. Esta gente que vive allí tiene el delirio necesario para vivir en un lugar así. Por ejemplo, hubo uno de mi pueblo al que llamábamos Senjorinn, aplicando la palabra española “señor” porque parecía un español con la única diferencia que bebía colonia en lugar de vino tinto. (Es que en mi pueblo eso resulta ser más económico.) Este hombre nunca había estado en el extranjero y no sé si se fue alguna vez a la ciudad pero tampoco hacía falta ya que él mismo trajo el Mediterráneo a mi pueblo.

            Otro personaje se convertía en vaquero cada vez que calentó su cuerpo con el coñac. Se puso el uniforme como un empleado del Mini Hollywood, y pasaba por las calles nevadas cómo si fuese buscando un duelo en el desierto de Arizona. Menos mal que no sufro yo de este delirio porque si no a lo mejor habría un vaquero nórdico en la plaza de la paloma esta noche.

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José García Pérez y JSE. Presentando el El náufrago afortunado en donde su aventura empezó, en el Colegio de Ntra Sra de las Angustias en Priego de Córdoba. 

Uno de las metas que pensé por este libro era llevar al lector español a mi pueblo islandés y en el intento me di cuenta de la estrecha relación que mi zona ha tenido con España desde antaño. De hecho la misma existencia de Bildudalur se debe a los españoles y sus ganas de comer un buen bacalao. Para satisfacer a esas bocas, y enriquecerse al mismo tiempo, exportábamos bacalao directamente desde mi pueblo a España en los principios del sigo pasado. Pero mi pueblo no era el único que dependía de las ganas excesivas de los españoles. La verdad es que durante varias décadas no podía fallar nada en las grandes compras españolas para mi pobre Islandia volvería a su miseria medieval. Esto se confirmó en dos ocasiones. La primera era en el 1915 cuando Islandia quería imponer a sus gentes la asquerosa ley seca. De pronto nos llamaron desde Madrid preguntando cuando vino quisimos comprar y nos expliquemos tan dulcemente que podíamos que no íbamos a comprar nada cómo habíamos implementado la ley esa. La respuesta madrileña fue muy clara: “Sino compráis vino no compramos bacalao.” Esto nos dejó con la única opción de coger la normativa, poner un asterisco tras la frase “se prohíbe todo tipo de alcohol” y luego otro asterisco de abajo y añadir “menos el vino español.” Así los españoles nos mantuvieron contentos durante estos años que sin la cooperación vuestra hubiera sido feroz. O cómo dice un amigo mío de Cabra, nos hubiéramos quedado vírgenes.  

 

La segunda ocasión era en la guerra civil cuando los españoles no podían permitirse el lujo de comer bacalao y en consecuencia callo la frágil economía de mi país, trayendo unos años de severa pobreza.

          

Sin embargo hay un hecho triste que pone una mancha negra en nuestra relación y está relacionado a un náufrago de unos vascos en 1615 pero esto os cuento mejor en el libro. Pero cómo estamos hablando sobre leyes os anticipo una cosa sola, la cual es que en esta época pasamos una ley que permitía matar a vascos. Desgraciadamente olvidamos luego cambiar esta ley así que se quedó en vigor hasta el año 2015.     

 

Gracias a la librería Pipper por la acogida y quiero aprovechar de felicitaros de tener una librería y una vida literaria tan fuerte y bonita en vuestra ciudad. Es muy importante porque ahora necesitamos la literatura más que nunca y os digo porque:

 

Mi generación está intentando hacer a sus hijos y hijas unos atletas de consumismo ya que vivimos en una sociedad que cuenta con una economía que nunca puede bajar. Por eso les estamos diciendo a todas horas que les falta algo para quien puedan ser alguien, para ser bastante buenos y para que cuenten. Les falta ropa más bonita, más hambuergesas y coca colas, más y mejores móviles, les falta ser famosos y tener novia o novio más guapa. La desgracia de esta avaricia, que les queremos inculcar, es que nunca se puede satisfacer y estas vanidades no pueden cambiar lo quien realmente eres porque sí eres tonto seguirás siendo tonto aunque tengas un nuevo móvil, una novia guapa y aunque te hagas famoso. Y allí les tenemos en el labirinto de la avaricia en el nombre de nuestra economía. Reconozco que la economía es muy importante pero en esta guerra hay que afiliarse con los jóvenes contra el todopoderoso Mamón. Y una de las armas más importante es esta lucha son los libros porque te dan una perspectiva más profunda de la vida y te inculcan la tendencia de buscar la belleza en todo, esto sí te cambia.       

 

Además,

 

Yo creo que venimos todos aquí a esta vida buscando la razón para vivir pero no la encontramos. ¿Entonces qué hacemos? Pues, nos sentamos, vemos el paisaje, escuchamos el canto de los pájaros, sentimos el sol calendar nuestras cara, (es decir si estamos en España), empezamos a hablar con la gente y al final a entenderlos. Y sí encontramos la belleza en todo esto decidimos que vale la pena quedarse. Eso es todo. Y eso es justo lo que es el arte y en especial la literatura, un esfuerzo para buscar la belleza en todo y una razón profunda para quedarse. Y si esto no es una nutrición para nosotros y los nuestros, pues entonces me podéis llamar Donald Trump.

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