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                                                          Las fresas de Cardenio

 

Las conversaciones en el Delicious no fueron siempre sin intervención de transeúntes de todo tipo y muy dignos de entrometerse en un buen libro como este. Un día cuando los dos poetas estaban ya con sus neuronas recalentadas por el jeroglífico en las páginas del Ideal, miraban la página como unos campeones de ajedrez, pero la solución iba por allí tan indiferente de sus ímprobos esfuerzos.

―No puede ser― dijo Diderot― éste es ya el tercer día consecutivo en que no somos capaces de solucionarlo. Somos unos inútiles. Es preocupante. Ayer me encontré con Nebrija y tuve que tener cuidado de no mencionar el Ideal porque me daba vergüenza que sea él siempre quien se jacta de sus hazañas jeroglíficas en mis momentos de sequía de soluciones.

―Hablando de Nebrija― dijo Rousseau― allí viene.

―Ostras. Y se ve desde lejos que ya lo ha resuelto.

―A ver ¿cómo lo sabes?

―¿No ves cómo anda? Ese aire y esa soltura es de uno que ya tiene el jeroglífico solucionado. ¡Venga! Busca el sinónimo para…, pero eso ¿qué es?, ¿una bandera o qué? Y ¿por qué está escrito en cursiva?

―Tranquilo, te estás alterando.

―Es que no tengo ganas de verle celebrar otra vez sus logros, mientras nosotros miramos el cielo como dos tontos. 

Pero el tiempo y los nervios les ganaron la partida y de repente Nebrija estaba ya con su sonrisa misteriosa y victoriosa junto a los dos perdidos poetas que parecían dos chicos avergonzosos por alguna travesura cometida. Diderot escondió el Ideal y Rousseau pretendió no haber visto un periódico en su vida.

―Chicos ¿cómo vais?― dijo con su pelo gris bien peinado, su bigote recién recortado, vestido con su La Coste primorosamente planchado y con la solución jeroglífica brillando en sus ojos.

―Bien, bien― dijeron los dos, sin demasiado entusiasmo.

―Bueno, no me voy a sentar. Es que me tengo que ir. Y esta tarde ¿qué? ¿Vamos a andar?

―Sí― dijo Diderot, pero Rousseau cometió el error de coger el Ideal para tirarlo a la próxima mesa. Nebrija se giró hacia él y dijo:

―Y eso ¿lo tenéis o qué?

Ay, el castigo por la falta de la agilidad mental les vino como una ola en el Cantábrico.

―A penas lo hemos visto, estuvimos pensando en otras cosas― mintió Rousseau.

―Pero no se te ocurra decirnos la solución― dijo Diderot.

Nebrija se fue y su manera de andar era todavía más pomposa que cuando vino.

Tampoco tenía falta de autoestima el siguiente transeúnte que pasó por Delicious. Fue el único Cardenio de las múltiples Luscindas que vino con su sonrisa y alegres saludos. Es una persona que hace todavía más obvia la falta de la agilidad de los dos poetas ya que habla y se mueve tan rápido que todos los demás parecen tortugas en su presencia. Muchos tienen la sensación que el mundo entero se pararía si Cardenio se detuviera un rato. En su tienda, soluciona los problemas de sus clientes mientras pesa espárragos y les da las vueltas de la compra. Si tuviera dos extremidades más, su hermano no le tendría que ayudar en el establecimiento. Muchas veces va pasando, o mejor dicho corriendo, por Delicious con un carro lleno de productos de la tienda y llama a los poetas “¡Qué bien vivís!” o “Trabajáis menos que el sastre de Tarzán”. Pero esta vez era miércoles y el comerciante tenía tiempo para sentarse y hablar sobre sus viajes a Nueva York y Lisboa sin dejar las anécdotas de las sirenas que le cantaron en el camino y le desviaron a camas desconocidas hasta que vino la aurora de rosáceos dedos. Rousseau, que también había ido errante por allí, quiso elogiar a España frente a sus amigos españoles así que empezó a contarles sobre su viaje a la hermosa Almería: 

―Una vez iba yo desde Garrucha a Priego de Córdoba dónde vivía entonces. Era una visita relámpago y en sólo un día pude disfrutar de los múltiples paisajes de la tierra española. Los campos de olivos en suelos granadinos y jienenses, la sierra de Baza, las cuevas de Guadix, la playa almeriense y ahora, de vuelta, tocaba cruzar el desierto de Tabernas. El único problema resultaba ser que eran las cuatro y mi mujer no había comido. Los que conocen el carácter granadino y las rígidas costumbres españolas se pueden imaginar las severas consecuencias de tenerla a palo seco a esas horas. Yo había dejado Garrucha con la sana intención de encontrar un restaurante en el camino, pero ahora estábamos en medio del desierto y no había nada que denotase alguna actividad humana en la zona. Estaba sufriendo cómo un ratón en una jaula de serpientes ya que vi que mi mujer estaba manipulando los papeles del divorcio, cuando de repente vi una señal que decía “restaurante.” Di un frenazo y me desvié hacia aquella casa, al lado de la carretera. Salté del coche y con los nervios de punta me acerqué a la puerta a ver si estaba abierta. Y sabéis qué: la puerta se abrió y dentro había catorce mujeres jóvenes guapísimas, todas vestidas de sevillanas, lo cual me hizo sospechar que había muerto en el camino y ahora recibía mi lugar correspondiente en el paraíso. Pero todo allí dentro era de esa tierra, así que la siguiente tarea era ver si la cocina estaba abierta. Tras cortas negociaciones, el propietario de aquel lugar misterioso, en medio del desierto, estuvo dispuesto a salvar mi matrimonio. Nos llevó a una sala pequeña y muy acogedora y nos dijo que dentro de un instante podríamos picar su buen bacalao, con ensalada y patatas y libar su vino dulce y tinto. Yo miraba a mi alrededor encantado. La sala estaba amueblada con muebles viejos pero aristocráticos y las paredes cubiertas de fotos y documentos, tal vez diplomas y reconocimientos. Fue como estár rodeado por la historia, lo cual era un contraste curioso, ya que fuera de esas paredes no había nada que recordase la existencia humana. Es decir; fuera ardia la tierra y mantenía el habitat perfecto para serpientes  e iguanas, pero dentro de aquel lugar tan insólito estaba yo como en el séptimo cielo: con manjares y néctar almeriense. De pronto, el vino me había endulzado mi mente, tanto que me olvidé de la bronca de mi mujer. A su vez, la poesía susuraba dulces palabras en mi testa. El bacalao era tan bueno que por fuerza debía ser de Islandia. La solución perfecta para mis apuros que tuvieron el desenlace más dulce que un poeta romántico pueda imaginar. Cuando el bacalao hubo sacido mi hambre y el vino mi sed, me levanté para observar mejor las fotografías y leer las cartas en las paredes. Y de pronto me enteré de que ambas cosas estaban dedicadas a los “peperos“ y hasta a los falangistas. Una carta declaraba el amor y lealtad a aquel partido y otra parecía una declaración del amor a Manuel Fraga. Pensé que nunca había, un menú tan perfecto, tenido un postre tan funesto. Mis ojos soslayaron la desgracia y miraron por la ventana a un paísaje árido pero bonito. Entonces, cuando ya el vino y el bacalao me tenían contento, decidí que un hombre que vive en España tiene que ser como aquel país que goza de diversos climas y paísajes de todo tipo, sin hacer que el uno perjudique al otro. Así iba a ser yo, abierto a dejar todo el mundo tener sus ideas sin el miedo a que fastidiaran a las mías, alegre por el hecho de que el mundo espiritual en que vivo es más diverso que que el coral australiano. Y luego me mudé a Alcalá donde hay un montón de gente de derechas y sin embargo son todos buena gente.

―Es verdad. Aquí en Alcalá la gente es más buena que el pan― dijo Cardenio excitado por sus múltiples Luscindas ― eso lo tengo comprobado.

―Vamos a ver― dijo Diderot― ¿Cómo has podido verificar la calidad humana de los alcalaínos? ¿Eres sociólogo o qué?

―Qué va. Pero tengo una tienda como sabéis y uno aprende mucho mientras cumple con los compromisos de un lugar dónde viene a comprar todo el pueblo. Por ejemplo, un día cuando el sol era una hoguera, iba yo con el carro lleno de fresas por la Avenída de Andalucía y antes de llegar a la tienda, veo a una de mis Luscindas, (por cierto, una de las más guapas). Como buen caballero que soy, dejé el carro y empecé a halbarle con la elocuencia que me caracteriza, adornándola con alabanzas, lo cual, como comprenderéis, me hizo irresistible ante aquellos preciosos ojos. Estaba ella muy sonriente y receptiva, lo cual me hizo sentir la vida misma y  notar algo así como mariposas en mi estomago. Pero fue ella la que tuvo la idea de invitarme a su casa. Tuve la suerte de encontrarla justo frente a su puerta. Sentí que se abría la misma cancela dorada de San Pedro cuando abrió el portón y mi excitación se fue incrementando con cada paso que di hasta encontrarme con aquella diosa en la entrada de su apartamento. Nada más entrar me preguntó si quería cerveza o vino y yo acepté la cerveza, ya que tenía mucha sed, pero a decir verdad, más sed tenía de la zagala. Dentro de su casa pasaba el tiempo más rápido que el coche de Fernando Alonso pero de repente me acordé de mis compromisos laborales, así que me bajé corriendo y ¿sabéis qué?

―¿Qué?― dijeron los dos poetas al unísono con la boca abierta de emoción.

―Cuando ya me encontraba abajo y vi el carro, noté que a pesar de la muchedumbre que suele pasar por la avenida, nadie había comido ni una fresa en todo ese tiempo. !Qué buena gente son los alcalaínos!

―Pero, vamos a ver― dijo Diderot enojado― ni fresas, ni pérgolas. Cuéntanos lo que realmente nos importa. ¿Qué pasó con la muchacha? ¿Metiste gol? ¿La dejaste satisfecha? ¿Qué había allí arriba en su pisito?

―Había muchas fresas.

―Qué cabrón― dijo Diderot.

―Mira― dijo Rousseau igual de molesto por la falta de coherencia en la narrativa― yo fui periodista y me molesta ese desconocimiento de la prioridad narrativa. Sí hubo un accidente de tráfico, no nos cuentes con detalle qué pasó con el coche mientras las vidas de los transeúntes estén en cuestión. De igual modo, no nos vengas con fresas mientras el mismísimo Cardenio está suelto con una de sus múltiples Luscindas.

―Bueno, chicos. Ha sido un placer platicar con vosotros― dijo Cardenio sin prestar ninguna atención a la ansiedad de sus interlocutores― el próximo domingo hay una lectura en Casablanca, no os olvidéis escribir algo, el tema es la igualdad. Yo estoy terminando el mío pero también tengo que escribir un artículo sobre la Virgen de las Mercedes y estoy más atascado que…

Algo más dijo Cardenio de sus múltiples Luscindas, pero los dos poetas miraban hacia la biblioteca, decepcionados ya que la charla carecía de sexo y seso. Cardenio que no había empezado a beber su café vio oportuno tragárselo ahora de golpe ante la gran indiferencia que había encontrado en sus compañeros. Al final, Rousseau quería zanjar ya el lío retórico.

―Mira, amigo Cardenio, no se hacen las cosas así. No es poético.

―¿No? Pero entonces ¿por qué dijo Octavio Paz?:

“Entre lo que veo y digo, / entre lo que digo y callo, / entre lo que callo y sueño, / entre lo que sueño y olvido, / la poesía. / Se desliza / entre el sí y el no: / dice / lo que callo, / calla / lo que digo, / sueña / lo que olvido. / No es un decir: / es un hacer. / Es un hacer / que es un decir. / La poesía / se dice y se oye: / es real. / Y apenas digo / es real, / se disipa.

―¿Así es más real? 

―Eso es Cardenio, ahora me gustas― dijo Diderot y aplaudió el impresionante recital de su amigo. De repente, su rostro se iluminó con una sonrisa alegre. Así que al final Cardenio se fue de la reunión contento y con todas sus cuentas retóricas pagadas, aunque Rousseau no se había dado cuenta del balance.

―No sé por qué estás tan contento― le dijo a Diderot― todavía no sabemos qué pasó allí en el apartamento de la muchacha en Avenida de Andalucía.

―Sí, lo sabemos perfectamente.

―A ver ¿cómo lo sabes?

―¿Te acuerdas cómo venía Nebrija paseando hacia aquí con un aire que se notaba desde lejos que había solucionado el jeroglífico? Del mismo modo se notaba, cuando Cardenio recitaba el poema, que allí iba un hombre que había dejado cientos de kilos de fresas para gozar de la fresa más bonita del mundo. 

―Ah, eso me recuerda que todavía no hemos solucionado el jeroglífico.

―Ay, tú también vas de lo sustancial a las bagatelas. ¿No ves que el jeroglífico más importante lo hemos solucionado?

Y eso era verdad, porque en el Delicious a veces los jeroglíficos más intrigantes no vienen en el Ideal.

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